Aunque la capacidad para la empatía es innata en todo ser humano, hay diferencias individuales que influyen en el grado y la forma en que cada una la vivimos. La educación que hemos recibido, los modelos familiares, nuestra personalidad y estructura emocional, las experiencias vitales y las normas interiorizadas son algunas de esas variables. Se trata de un contagio emocional no elaborado conscientemente, como si no se distinguiera el dolor propio del ajeno. Es decir, la empatía no queda libre de nuestras proyecciones consistente en ver en otros -proyectar- los propios pensamientos o emociones. Si ponemos en marcha una conducta de ayuda, ésta podría estar motivada por razones egoístas: eliminar nuestro propio malestar y no tanto el de la otra persona « te ayudo porque tu sufrimiento me hace sufrir a mí». La empatía selectiva aparece cuando somos capaces de empatizar solamente con unas determinadas personas, emociones o situaciones. Por ejemplo: puedo empatizar ante tu dolor, pero no cuando te enfadas conmigo.
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